El mercado de carbono y el perdón de los pecados

El mercado de carbono y el perdón de los pecados

Cuando yo era niña, al volver del colegio me cuidaba Lilia, una señora dulce, leal, rezandera y obsesionada con el Clorox. Lilia trabajó en mi familia durante décadas, lo que hizo que creciera un cariño enorme entre ella y mi mamá, así como un interés genuino por apoyarse y acompañarse en las dificultades. Un día, por el cumpleaños de mi mamá, Lilia llegó con una tarjeta que decía:

“Certifico que ____ ha sido inscrito entre los Bienhechores Perpetuos de la Tierra Santa

Para que participe desde la fecha de todos los beneficios espirituales a ellos concedidos por la Santa Sede durante la vida y después de la muerte”. 

La lista de beneficios espirituales incluía que rezaran por mi madre en más de 10.000 misas al año e indulgencias plenarias, es decir, el perdón de todos sus pecados. A la fecha, seguimos sin saber por qué Lilia temía tanto por su alma, pero lo que sí queda claro es que se ocupó por, a través de los rezos de otras personas, compensar cualquier falta que mi mamá hubiera cometido. 

El mercado voluntario de carbono tiene de fondo una lógica similar a la compra de indulgencias. 

El primer programa de compensación de carbono de la historia lo hizo la AES en 1988. Esta empresa estadounidense históricamente ha producido energía eléctrica a través de la quema de carbono, una actividad que genera grandes emisiones de CO2 a la atmósfera, y por entonces Dennis Bakke, el CEO, empezaba a preocuparse de que su compañía estuviera contribuyendo al cambio climático. Para la época, el cambio climático no era un tema tan relevante como ahora, de hecho, ni siquiera estaban seguros de que fuera cierto, pero ya algunos científicos hablaban de él y Bakke quiso ir sobre seguro, encargando a Sheryl Sturges, la Directora de Planeamiento Estratégico, de buscar una solución al problema.

Las primeras opciones que Sturges encontró incluían cosas como volver líquido el CO2, guardarlo en un contenedor y hundirlo en el medio del océano, lo que aparte de no resolver el problema, habría sido extraordinariamente costoso y poco práctico. Fue luego de muchas vueltas que Sturges llegó a un paper que proponía la idea teórica de que si alguien sembrara acacias en un terreno del tamaño de una de las islas de Hawaii, lograría capturar en las ramas y troncos de los árboles el CO2 equivalente al emitido por los Estados Unidos. A partir de ahí, Sturges pensó que compensar el impacto de la nueva planta de carbono que AES estaba construyendo no debía ser demasiado complejo y contactó al World Resources Institute para desarrollar el que sería el primer programa de compensación de carbono del mundo. 

Pero los cálculos del World Resources Institute mostraron que la realidad era más compleja. Compensar el carbono que emitiría la planta durante los 40 años de vida útil que proyectaban requeriría del crecimiento de 52 millones de acacias y la planta estaba en una zona altamente urbanizada de Connecticut. Los árboles, simplemente, no cabían. 

Una vez más, la solución vino de Sheryl Sturges: si el CO2 se distribuye por toda la atmósfera tras una o dos semanas de su emisión, ¿por qué no sembrar los árboles en cualquier otro lugar? 

El sitio elegido fue Guatemala, el proyecto se planteó en asociación con CARE, e involucraría 40.000 pequeños campesinos, quienes sembrarían más de 52 millones de árboles durante un periodo de 10 años para lograr capturar el equivalente a 19 millones de toneladas de carbono. De los 15,5 millones de dólares que costó la implementación, AES sólo pagó 2 millones (10 centavos por tonelada de carbono); el resto fue financiado por los Cuerpos de Paz de Estados Unidos, USAID, el gobierno guatemalteco y CARE. 

Sin embargo, estudios independientes luego reportaron que, para 1999, el proyecto sólo había logrado capturar el 1,8% de su meta de carbono, su extensión se había reducido de 280.000 a 121.000 hectáreas, había generado conflictos sobre la tenencia y el uso de la tierra, así como inseguridad alimentaria, porque los campesinos tenían el compromiso de sembrar acacias en lugar de árboles frutales que pudieran contribuir a su subsistencia. Además, el programa falló en educar a los campesinos sobre la existencia del cambio climático y las preocupaciones que lo originaron, llevando a que se generara resistencia por parte de la comunidad. 

Al final, en este caso, la compra de indulgencias no perdonó el carbono. 

Si bien es casi inevitable que una empresa emita carbono como consecuencia de sus actividades, hay muchas medidas que puede tomar. La primera debería ser siempre la reducción de la emisiones, y en el caso de las emisiones indirectas, el insetting: inversión en proyectos que permitan minimizar el impacto de su cadena de valor. Al llegar el momento en que la compensación es la única alternativa viable, es fundamental buscar proyectos de calidad que estén siendo monitoreados constantemente y que tengan relación con las actividades productivas de la empresa.  En Fincas nos dedicamos a hacerlo posible.  


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